Hoy me encontré con la vecina de abajo por cuya ventana su perrita te reñía cuando te asomabas a tomar el sol. Fue inevitable que me preguntara por la enfermedad que finalmente me privó de tu presencia y terminé contándole brevemente la manera en que las cosas se fueron sucediendo.
Huelga decir que al final de mi relato, casi no pude contener mis lágrimas. Después de una rápida despedida, presuroso regresé a mi habitación y las lágrimas comenzaron a inundar mis ojos.
Aún me despierto por las noches creyendo sentir tu cuerpo acurrucado a mis pies y a veces, al llegar a casa, siento el vacío de tu ausencia.
Todas tus cosas, tu plato, tu arena... siguen en su lugar como si esperaran tu regreso.
Otro gato? No... aún no...
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