Si dios no tiene materia, ni asisten en él las propiedades físicas o químicas, ni conceptos de energía u otros estados de la naturaleza, ni tiene injerencia o incidencia en los fenómenos del universo, pues entonces dios es nada y como tal, dios simple y llanamente no existe. A menos claro está, que lo consideremos como lo que realmente es: una idea creada por el ser humano en sus etapas más primitivas para explicarse los fenómenos de su entorno en una época en la que no se disponía de recursos para indagar o investigar. Dejémoslo como está: dios es un mito, una fantasía que el ser humano creó a su imagen y semejanza. Algo así como el Quijote de la Mancha, Topo Gigio o el hombre araña. También podemos decir que es una broma que llegó demasiado lejos y que convenientemente para muchos abusivos, todavía hay incautos que se la creen. Pero dejando de lado todos los abusos que incurren en el ámbito de los mitos y la superstición, a la idea de dios le conviene quedar ubicada en un sitio donde ya no estorbe y ese lugar no es la religión, sino el agradable entorno de la literatura.
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