Al mirar tus ahora vacíos ojos, una lágrima recorre los míos, llenos.
Ahora que te has ido, quiero decir las cosas que nunca pude. Siempre estuviste ocupada, ahora jugando, ahora durmiendo. Siempre estropeando los sillones de la abuela y tomando el sol. Nunca me atreví a perturbar tu sueño. En que sueñan los gatos? Soñarán acaso en ratones?
Descansa mi pequeña.
Recuerdas la tarde en que te ví por primera vez detras de un cristal? Retozabas con otros gatitos huérfanos buscando desentrañar las maravillas de este mundo y estos misterios te eran negados a causa de las cuatro paredes del sucio vidrio de tu encierro. Tu vida se iba en perseguir sombras, reflejos y moscas. Y entre morder las orejas a otros y correr a ganar la comida, te detuviste a verme con esa mirada curiosa que sólo tú tenías.
En ese instante el mundo dejó de girar sobre su eje, las galaxias casi colapsan bajo su propio peso. Nuestros ojos se encontraron. Supe... supimos que nos necesitábamos, que nos hacíamos falta.
Descansa mi pequeña.
Al pasar los años te volviste sabia y soberbia. Aprendiste a saciar tus deseos con tan sólo un maullido. Paseabas por la casa orgullosa de tu lustroso pelaje y presumías tu belleza por mi ventana, provocando a los perros de abajo. Nunca perdiste tu compostura, tu aire de gran dama. Siempre preferiste, sobre el tazón de agua limpia, el agua de la regadera.
Me reñías cuando me ausentaba de tu lado y me buscabas diciendo: porqué te tardas tanto? Sin importarte que yo estuviera en el baño, la regadera o la cocina, me reñías. Al volver sobre mi hombro siempre estabas allí, reprochándo mi momentánea indiferencia.
Descansa mi pequeña.
Pasamos infinitas horas contando nuestros secretos, nuestras penas y esperanzas. Lloramos y reímos juntos. Siempre sensata y siempre buena escucha, jamás me reprochaste mis canalladas y te complacías con mis aventuras. Hicimos planes para recorrer mundos lejanos, besar bellas mujeres, escuchar música de dioses y desentrañar los misterios del universo... y aún así me escondías el contro remoto. Siempre sospeché que en mi ausencia veías telenovelas.
Descansa mi pequeña.
Ahora, tus ojos ya no tienen vida. Tu cuerpo está frío.
Te abrazo en mi pecho y lloro.
Lloro por tu ausencia. Lloro por una ausencia que me hace daño, que me asfixia y me mata.
Quén como tú que eres ahora indiferente a los pesares y las angustias del hombre. Ahora eres ajena al dolor y la pena.
Quién como tú que ahora conoces el vacío al que todos iremos. La suprema sabiduría.
Quién como tú...
Descansa ahora, mi pequeña.
lunes, 4 de octubre de 2010
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