Ya han pasado varias semanas desde que tuve que tomar la temida decisión de dormir a Mafalda. Las cosas han recuperado su cauce pero no andan del todo bien.
Me duele su ausencia de una manera asfixiante. Aunque saber que ya no sufre me sirve de consuelo, aún me hace falta. A veces cuando llego a la solitaria casa y en lo recóndito de mi mente me parece escuchar su llamado, no puedo evitar que una lágrima se asome por mis ojos. A veces la escucho en mis sueños y al levantarme, veo su lugar vacío a mi lado.
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