Entre los humanos existe una barrera infranqueable, una pared que nos separa de los demás. Esta autoimpuesta línea limítrofe no sólo sirve para alejarnos de los demás, sino que también es útil para evitar que uno mismo se compenetre con los sentimientos y/o tragedias de nuestros semejantes, ya que consideramos sus pueriles penas tanto inútiles como vanas.
Cuando uno está enamorado, creémos que nadie entiende lo enorme, maravilloso y soberbio que nos resulta nuestro enamoramiento, y al la vez desdeñamos el amor de los demás ya que el nuestro es mayor a todos los amores de toda la historia escrita.
De igual manera es cuando a uno le aflije una pena, ya sea grande o pequeña, nos sentimos traicionados por los demás porque ellos no son capaces de entenderla, de sentirla, de sufrirla. Nuestras penas son las más pesadas e intolerables del mundo.
Caminamos por la calle con nuestros problemas revoloteando nuestros pensamientos y al ver a la gente distante, preocupada por sus pequeños e indiferentes dramas, creémos que son unos infelices al ser ajenos de un drama mayor que el de su propia existencia, mayor que dios, mayor que la vida misma...
De repente llegamos a nuestro triste destino y nuestras ominosas penas son las mismas, nuestro corazón sigue roto, nuestro bolsillo continúa vacío y nuestras esperanzas continúan vanas. Pero... porqué demonios los demás no se dan cuenta?
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